sábado, diciembre 04, 2004

Insomnio

En el momento menos esperado... sucedió.

Me fui a dormir con un cansancio que de esos que no se pueden controlar. Exactamente ese tipo de cansancio donde pareciera que las piernas no fueran de uno. Ese cansancio donde se siente la cabeza al punto de la explosión y el agotamiento a más no poder. Donde la mente ya no funciona y no se tiene noción de tiempo ni lugar.
Llegué a la cama en un estado de inconciencia el cual no podría explicar con simples palabras... similar sensación a estar borracho, un estado mental espantoso.
En ese momento sucedió. Había algo que noche a noche por un motivo u otro era esquivado por mí. No se que era exactamente pero yo lo sentía; existía.
De hecho ya hacía varias noches que casi no dormía a causa de un insomnio insoportable al cual no le encontraba origen ni sentido. Pero en ese momento, el momento anterior a quedarse dormido, comenzó la horrible sensación.
Estaba confundido, aún no sabía si ya me había dormido o aun estaba despierto. Esos momentos existen, lo aseguro.
Justo ahí aparecieron las manos... muchas... demasiadas... y querían llevarme. Yo sentía eso. Trataban de acariciarme, pero eran unas caricias fuertes y dolorosas, a su vez sentía tirones de pelos y rasguños. Luces blancas iluminaban mi habitación y el pánico invadía mi ser.
Pensaba en despertarme pero no podía... me era imposible hasta que casi sin darme cuenta volvió a suceder... Y vi mi habitación de la misma manera pero ya oscura, sin las luces blancas alrededor. Las manos ya no querían agarrarme y mi cara estaba empapada de sudor. Mi corazón latía fuertemente y mis manos... agarradas a las frazadas de forma dolorosa y desesperante. Aferrándome de una manera aterradora como si fuera algo que me estaba protegiendo.
Sentía que ya no respiraba y tampoco estaba demasiado seguro si me encontraba en la misma habitación... En ese momento esa señora sin ojos, de pelo gris y vestimenta marrón y con una valija en la mano apareció reflejada en la pared de mi habitación. Observándome sin sus ojos de una manera diabólica, como queriéndome decir algo.
Su pelo gris oscuro flameaba a causa de alguna brisa de horror.
Y de algo estoy seguro: Estoy seguro de mi eterno padecer, ya que ella sigue estando allí, noche a noche, en la misma pared y con la misma vestimenta.
... Pero no me molesta su presencia, no es eso.
... Me molesta seguir sufriendo eternamente... en las noches de triste insomnio.


Emiliano González

jueves, diciembre 02, 2004

Ilusiones

Oscuridad y temor.
Paz.


En el preciso instante donde todo se convertía en aterrador y oscuro, apareciste.
Con tu cabello largo y ondulado caminabas regalando paz.
Paz para otros. Paz para el resto.
Yo sufría.
Y te observaba.
Observaba tu andar, tu forma divina, tu forma pura.
En el momento del dolor no estabas. Y yo sufría.
Pero sabía que en algún lugar te encontrarías regalando paz. Ofreciéndola, entregándola con placer.
Pero mi dolor se hacía cada vez más fuerte e insostenible. La situación, los llantos.
La tragedia. Sangre fluía de mi alma.
Tristeza. Muerte.
Muerte de un alma en vida, de un corazón sin nacer.
Mis ilusiones se desvanecían, no existían.
...Y ya no respiraba, no caminaba, no me movía.
...No podía verte a causa de mis ojos ciegos. Ciegos y viejos. Desgastados. Como mi alma en pena.
El fin se acercaba y no reaccionaba. No sabía que tiempos vendrían.
Oscuridad. Todo oscuro, oscuro y triste.
De repente, una brisa besó mi piel.
Eras vos, vestida de ángel. Suavemente susurraste algo a mi oido. Algo que no logro recordar con exactitud.
Lo único que recuerdo es paz. Paz que finalmente me entregaste.
Y, aunque muerto, agradezco.
Agradezco. ya que las ilusiones volvieron a mí.

Emiliano González

Noche Estrellada

Conducías vos ¿te acordas?
Si. Esa misma noche, la noche estrellada.
Estrellada por estrellas, estrellada por tu auto.
Yo no recuerdo demasiado, solo la primer explosión.
La primera fue de estrellas, eso si está claro.
Que experiencia maravillosa!
Disfruté mucho ese instante. Solo ese.
Ibamos en tu descapotable, el anaranjado, que lindo auto.
Yo asomaba mi cabeza por la ventana, ya que el techo me impedía salir de tu descapotable.
¿Por que lo llamábamos así si tenia techo? Eso tampoco lo recuerdo, quizá los golpes.
Veía como se formaban en el cielo, esos círculos blancos enormes.
Al principio desconocíamos su procedencia, pero luego nos dimos cuenta que eran nidos. Nidos de estrellas por explotar.
Y luego: las explosiones, el ruido y miles de estrellas celestes tocando nuestras manos.
Mis manos. Ya que las tuyas... pobre, no quiero recordarlo.
Trataba de recolectarlas, pero no podía. Eran demasiadas.
Yo estaba sentado en el asiento trasero. El asiento del acompañante estaba vacio y sin embargo al lado mió había otra persona.
De esto me di cuenta mucho mas tarde, casi al mismo tiempo que observé tus manos.
La otra persona intentó recolectar estrellas. Fracasó también.
Su rostro. Tus manos. Imágenes.
Solo imágenes, dignas de no volver a ser visualizadas.
Cantabas esa triste y endemoniada canción. Aún no logro comprender que era lo que sentías al escucharla, al cantarla.
Y disfrutabas de ser el piloto de tu descapotable.
La velocidad era increíble, y las estrellas, cada vez mas, mas y mas.
Pero luego de tanta preciosura, escuché la segunda explosión. No vi nada, solo la escuché junto con tu grito desesperante de "no se asusten, es solo el motor".
El motor justamente.
Traté de dormir y no pude, ya que tus manos y su rostro me atemorizaban.
Y no podía concentrarme en las estrellas, solo en la próxima explosión.
Enfureciste y comenzaste a gritar, desesperadamente.
Perdiste el control del descapotable y de tu ser. Perdiste nuestro control.
Luego, las estrellas, pero esta vez no iluminaban nuestro camino ni querían rozar nuestras manos.
Provenían de mi cabeza, de tus manos y de su rostro.
Y eran muchas más que las anteriores.
La tercera explosión no la recuerdo. Aparentemente fue mucho mas fuerte.
Pero en este momento estábamos en H, tratando de seguir viviendo.
Tratando de divisar algo. De sentir. De ser.
Entonces logré acariciar tu cabeza, y darte esas pequeñas palabras de consuelo que tanto bien te han hecho.
Tu cabeza. Ya que la mía... pobre, no quiero recordarlo.

Emiliano González

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El sitio de un amigo, Leonardo Armesto.
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